El mayor banco genético del planeta en disputa
Por: Róger Rumrrill
La cuenca amazónica, paraíso de la biodiversidad, se encuentra en el ojo de la tormenta: sus ríos y bosques concentran todos los recursos vitales a los que apunta el capitalismo en crisis. La deforestación masiva, la contaminación, los megaproyectos viales, mineros e hidrocarburíferos amenazan la fragilidad de un ecosistema vital para el planeta. Al amparo de los gobiernos de Brasil y Perú, se impone un neolatifundismo febril, en absoluta contradicción con la urgente necesidad de un sistema de desarrollo sustentable e inclusivo.
La dura y épica batalla delos pueblos indígenas amazónicos del Perú por el respeto a sus tierras y territorios tuvo un epílogo trágico el pasado 5 de junio en la localidad de Bagua, con una treintena de muertos. Pero también tuvo el impacto de un cambio de época, de un parteaguas en la Amazonia y en la política peruana: ha visibilizado a los indígenas erigiéndolos en actores sociales y políticos nacionales, puso en cuestión al modelo neoliberal y en jaque al gobierno de Alan García. Pero por sobre todas las cosas actualizó y puso en agenda el carácter geoestratégico del espacio amazónico sudamericano en el siglo XXI (1).
Los gurúes de la geopolítica coinciden en afirmar que la economía poscrisis del capitalismo debe sostenerse en cuatro recursos vitales: agua, energía, biodiversidad y tierras. Estas últimas para la producción de las commodities y en especial de alimentos baratos, cada vez más controlados por los oligopolios y monopsomios que están imponiendo su reinado a nivel planetario (2). Buena parte de esta riqueza estratégica se encuentra en la cuenca amazónica, localizada en las tierras y territorios indígenas de los países que integran la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA): Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam y Venezuela (3).
Elmar Altvater, economista de la Universidad Libre de Berlín y analista de la economía global escribió recientemente al respecto: “¿Qué se viene después de esta crisis? Al aguacero de la new economy en el 2000 siguió el boom inmobiliario con las hipotecas subprime y los productos financieros aventureros, lo que posibilitó unos cuantos años de imponentes negocios que han durado hasta ahora, hasta la crisis financiera más grave de los últimos 100 años. Capital disponible de todos modos sigue habiendo, a pesar de la crisis. Está al acecho de aquellas inversiones que hoy y en lo venidero podrían reportar réditos. ¿Cuáles podrían ser? Las materias primas, señaladamente petróleo y gas, así como agrocombustibles procedentes de la biomasa, son la primera opción. Sus precios debían subir, porque escasean y la demanda es alta. Los certificados de emisión para dióxido de carbono, conformes al Protocolo de Kyoto, prometen buenos réditos” (4).
De caza en el paraíso
La cuenca amazónica sudamericana es un subcontinente de más de 8 millones de kilómetros cuadrados con una población estimada de 33,5 millones de habitantes, de los cuales 21 millones viven en ciudades. Se calcula que la cuenca, presidida por el monarca de los ríos, el Amazonas, con más de 1.000 tributarios, posee entre el 15 y el 20 por ciento del agua dulce del mundo, un recurso vital –más que el petróleo y el gas, dado que es insustituible– y cada día más escaso, que es y será el recurso estratégico del siglo XXI (5).
La cuenca amazónica es el paraíso de la megadiversidad. Y el bosque cumple allí múltiples funciones: un papel crucial en el ciclo del agua, reservorio de carbono y banco genético. Pero no es la única riqueza. Además del agua, las tierras, los bosques y la fauna (sólo en el bosque amazónico peruano se han registrado 4.200 especies de mariposas, un récord mundial) existen también cuantiosos recursos mineros metálicos y no metálicos y los imprescindibles bancos de conocimiento de los pueblos indígenas sin los cuales es imposible imaginar el desarrollo sostenible de la cuenca amazónica (6).
El capital transnacional, con su agudo olfato y su privilegiada información para los negocios, se ha lanzado a la caza de esta riqueza natural. Una suerte de neolatifundismo se instala en el planeta a través de una “fiebre” mundial de compra de tierras para producción de biocombustibles y alimentos baratos, complejos turísticos y reservas para servicios ambientales, entre otros múltiples fines. “Fiebre” que para la doctora Annelies Zoomers, de la Universidad de Utrecht (Holanda) “debe ser vista como una consecuencia de la combinación de la liberalización de los mercados, el auge de inversiones directas y los avances en las tecnologías de comunicación y transporte” (7).
Brasil y Perú, mediante los gobiernos de Luiz Inácio Lula da Silva y de Alan García Pérez, respectivamente, se han convertido en los auténticos “Caballos de Troya” del capital transnacional que está desembarcando en el subcontinente amazónico. Por distintas razones, en los demás países de la cuenca, las puertas permanecen cerradas a este nuevo modelo de transnacionalización del bosque tropical. En Colombia, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el narcotráfico hacen inviable otra ocupación del territorio amazónico colombiano. Mientras que los regímenes políticos de Ecuador, Bolivia y Venezuela son por ahora hostiles a negociar sus Amazonias con las multinacionales.
Según el periodista y escritor francés Christophe Ventura, Lula da Silva ha suscrito sólidos compromisos con las firmas del agrobusiness Monsanto, Syngenta, Cargill, Nestlé, Basf, Bayer y otros dinosaurios de la economía mundial para hacer realidad su sueño de convertir a Brasil en el mayor productor mundial de soja, de caña de azúcar para etanol y otros productos de gran demanda en el mercado global del siglo XXI (8). Alan García Pérez, por su lado, cree que la Amazonia peruana está sumida en el atraso por culpa de peruanos pobres –a los que de acuerdo a su filosofía ultraliberal califica de “perros del hortelano” porque poseen millones de hectáreas de tierras que están “ociosas”– que estorban el desarrollo y la modernidad que sólo puede abrirse paso a través de la privatización de las tierras y su venta al gran capital. Para hacerlas rentables y productivas, su gobierno promulgó un centenar de decretos legislativos para la implementación del Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos, puerta de ingreso del gran capital y blindaje del modelo neoliberal (9).Pero existen diferencias de fondo entre la transnacionalización del bosque y las tierras en la Amazonia brasileña y la que ejecuta Alan García en la Amazonia peruana. En Brasil, el propio Estado actúa como garante de esa transnacionalización. “No es que el Estado se retire y deja el espacio público para ser ocupado por las grandes corporaciones”, escribe Silvio Caccia Bava, director de la edición brasileña de Le Monde diplomatique (10). En realidad, Lula negocia desde un Estado cuyas empresas compiten codo a codo con las multinacionales europeas, estadounidenses o asiáticas. Para probarlo están Petrobras, Electrobras y Odebrecht. Se trata pues de un Estado fuerte, incluso con pujos y vocación imperiales (11).
García Pérez, por el contrario, no negocia con las transnacionales. Éstas imponen sus condiciones a un Estado débil y a un gobierno totalmente subordinado. Como señala el destacado economista peruano Humberto Campodónico: “La legislación peruana es absolutamente permisiva… Sucede que el Estado está tomado ‘desde adentro’ por lobbies y diversos estudios de abogados que preparan la legislación ‘sastre’, al deseo de los inversionistas (...) Cuando el Estado está ‘privatizado’, poco o nada le interesa fortalecer las empresas estatales estratégicas (...). Y, claro, tampoco hace nada para cobrar los impuestos que le corresponden y que, en el caso de Petrotech, serán pagados en Estados Unidos y no en Perú” (12).
Objetivo político-militar
Así, la cuenca amazónica, que atesora el mayor banco genético del planeta Tierra, se encuentra hoy en el ojo de la tormenta y está siendo asediada por poderosos intereses internacionales y amenazada por toda suerte de peligros. Todo esto porque sin ninguna duda es el espacio geoestratégico e hidropolítico más importante para la economía global en el siglo XXI.
En el seminario internacional sobre la Amazonia, “Desarrollo Local, Sustentabilidad y Organización Popular”, realizado en Río Branco, capital del estado brasileño del Acre, del 17 al 20 de julio de 2008, las organizaciones sociales de la mayoría de los países ribereños del Amazonas concluyeron que las amenazas que se ciernen sobre el espacio amazónico y sus poblaciones –sobre todo indígenas, habitantes ancestrales de la cuenca– son los megaproyectos energéticos, viales, hidrocarburíferos, mineros y los grandes monocultivos para biocombustibles que provocan la deforestación masiva de los bosques, la contaminación de ríos y lagos y el despojo de las tierras y territorios de los pueblos indígenas. Todo ello contribuye a acelerar el cambio climático y a bloquear las posibilidades de construir un sistema de desarrollo inclusivo y sostenible.
“Por ejemplo, la agricultura migratoria y la ganadería han generado una deforestación amazónica acumulada al año 2005 de 857.666 kilómetros cuadrados; asimismo, en la Amazonia brasileña, en un período de 30 años (1975-2005), la red vial se multiplicó diez veces, lo que estimuló el desarrollo de asentamientos humanos. Más recientemente, la producción creciente de biocombustibles podría acelerar el cambio de uso del suelo en la región” (13).
El Fondo Mundial para la Naturaleza (FMN), en un informe de septiembre de 2006, sostiene que para el año 2050 la humanidad necesitará los recursos de dos planetas Tierra para abastecer la demanda mundial de alimentos, agua, energía, suelos y otras riquezas naturales. A la actual tasa de extracción, la naturaleza amazónica está perdiendo su capacidad de regeneración. Pero la tala ilegal no sólo abate los bosques tropicales del Amazonas, también devasta al resto del planeta. El Banco Mundial ha calculado que los países con bosques tropicales de América Latina, África y Asia pierden entre 10 a 15 mil millones de dólares anuales en el comercio ilegal de madera. En Perú, de acuerdo al Ministerio de Agricultura, se extraen cada año 22 mil metros cúbicos de caoba (Swetenia macrophyla) por un valor de 40 millones de dólares. El 90% de la extracción de esa valiosa especie, el “oro rojo de la Amazonia”, es de origen ilegal porque proviene de áreas de conservación como Parques y Reservas Nacionales (14).
Por otra parte, en el plano político y jurídico, los movimientos sociales amazónicos denuncian un proceso de militarización y criminalización de los pueblos, bajo el pretexto de la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo internacional.
La “guerra mundial contra las drogas”, cuyo mayor promotor es Estados Unidos, es una guerra perdida desde que se inició hace más de tres décadas. Ha fracasado en su objetivo de frenar o eliminar la producción y el consumo de las drogas naturales como la cocaína y la heroína. Pero es un éxito en su objetivo geopolítico. Porque la “guerra mundial contra las drogas” ha sido y sigue siendo instrumentalizada con fines geopolíticos y de seguridad hemisférica. Tal es el caso de Colombia. Ni el narcotráfico ni las FARC son las razones de fondo de la presencia militar de Estados Unidos en ese país, sino el monitoreo de sus intereses geoestratégicos en América del Sur: el petróleo, el gas, la biodiversidad y el agua de la cuenca amazónica (15).
En efecto, pese a su ostensible declinación como potencia unipolar, Estados Unidos sigue siendo el mayor poder militar del mundo, y sus políticas estratégicas mantienen una continuidad a prueba de los cambios de administración. En 2007 el informe del US Southern Command confirmaba la voluntad estadounidense de garantizar “la seguridad, la estabilidad y la prosperidad de toda América” (16), un eufemismo que esconde su vocación mesiánica y la urgencia de intereses que le llevan a pensar a América Latina como su antiguo “patio trasero”. Allí, el jardín amazónico cumple un papel cada día mayor.
Por: Róger Rumrrill
La cuenca amazónica, paraíso de la biodiversidad, se encuentra en el ojo de la tormenta: sus ríos y bosques concentran todos los recursos vitales a los que apunta el capitalismo en crisis. La deforestación masiva, la contaminación, los megaproyectos viales, mineros e hidrocarburíferos amenazan la fragilidad de un ecosistema vital para el planeta. Al amparo de los gobiernos de Brasil y Perú, se impone un neolatifundismo febril, en absoluta contradicción con la urgente necesidad de un sistema de desarrollo sustentable e inclusivo.
La dura y épica batalla delos pueblos indígenas amazónicos del Perú por el respeto a sus tierras y territorios tuvo un epílogo trágico el pasado 5 de junio en la localidad de Bagua, con una treintena de muertos. Pero también tuvo el impacto de un cambio de época, de un parteaguas en la Amazonia y en la política peruana: ha visibilizado a los indígenas erigiéndolos en actores sociales y políticos nacionales, puso en cuestión al modelo neoliberal y en jaque al gobierno de Alan García. Pero por sobre todas las cosas actualizó y puso en agenda el carácter geoestratégico del espacio amazónico sudamericano en el siglo XXI (1).
Los gurúes de la geopolítica coinciden en afirmar que la economía poscrisis del capitalismo debe sostenerse en cuatro recursos vitales: agua, energía, biodiversidad y tierras. Estas últimas para la producción de las commodities y en especial de alimentos baratos, cada vez más controlados por los oligopolios y monopsomios que están imponiendo su reinado a nivel planetario (2). Buena parte de esta riqueza estratégica se encuentra en la cuenca amazónica, localizada en las tierras y territorios indígenas de los países que integran la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA): Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam y Venezuela (3).
Elmar Altvater, economista de la Universidad Libre de Berlín y analista de la economía global escribió recientemente al respecto: “¿Qué se viene después de esta crisis? Al aguacero de la new economy en el 2000 siguió el boom inmobiliario con las hipotecas subprime y los productos financieros aventureros, lo que posibilitó unos cuantos años de imponentes negocios que han durado hasta ahora, hasta la crisis financiera más grave de los últimos 100 años. Capital disponible de todos modos sigue habiendo, a pesar de la crisis. Está al acecho de aquellas inversiones que hoy y en lo venidero podrían reportar réditos. ¿Cuáles podrían ser? Las materias primas, señaladamente petróleo y gas, así como agrocombustibles procedentes de la biomasa, son la primera opción. Sus precios debían subir, porque escasean y la demanda es alta. Los certificados de emisión para dióxido de carbono, conformes al Protocolo de Kyoto, prometen buenos réditos” (4).
De caza en el paraíso
La cuenca amazónica sudamericana es un subcontinente de más de 8 millones de kilómetros cuadrados con una población estimada de 33,5 millones de habitantes, de los cuales 21 millones viven en ciudades. Se calcula que la cuenca, presidida por el monarca de los ríos, el Amazonas, con más de 1.000 tributarios, posee entre el 15 y el 20 por ciento del agua dulce del mundo, un recurso vital –más que el petróleo y el gas, dado que es insustituible– y cada día más escaso, que es y será el recurso estratégico del siglo XXI (5).
La cuenca amazónica es el paraíso de la megadiversidad. Y el bosque cumple allí múltiples funciones: un papel crucial en el ciclo del agua, reservorio de carbono y banco genético. Pero no es la única riqueza. Además del agua, las tierras, los bosques y la fauna (sólo en el bosque amazónico peruano se han registrado 4.200 especies de mariposas, un récord mundial) existen también cuantiosos recursos mineros metálicos y no metálicos y los imprescindibles bancos de conocimiento de los pueblos indígenas sin los cuales es imposible imaginar el desarrollo sostenible de la cuenca amazónica (6).
El capital transnacional, con su agudo olfato y su privilegiada información para los negocios, se ha lanzado a la caza de esta riqueza natural. Una suerte de neolatifundismo se instala en el planeta a través de una “fiebre” mundial de compra de tierras para producción de biocombustibles y alimentos baratos, complejos turísticos y reservas para servicios ambientales, entre otros múltiples fines. “Fiebre” que para la doctora Annelies Zoomers, de la Universidad de Utrecht (Holanda) “debe ser vista como una consecuencia de la combinación de la liberalización de los mercados, el auge de inversiones directas y los avances en las tecnologías de comunicación y transporte” (7).
Brasil y Perú, mediante los gobiernos de Luiz Inácio Lula da Silva y de Alan García Pérez, respectivamente, se han convertido en los auténticos “Caballos de Troya” del capital transnacional que está desembarcando en el subcontinente amazónico. Por distintas razones, en los demás países de la cuenca, las puertas permanecen cerradas a este nuevo modelo de transnacionalización del bosque tropical. En Colombia, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el narcotráfico hacen inviable otra ocupación del territorio amazónico colombiano. Mientras que los regímenes políticos de Ecuador, Bolivia y Venezuela son por ahora hostiles a negociar sus Amazonias con las multinacionales.
Según el periodista y escritor francés Christophe Ventura, Lula da Silva ha suscrito sólidos compromisos con las firmas del agrobusiness Monsanto, Syngenta, Cargill, Nestlé, Basf, Bayer y otros dinosaurios de la economía mundial para hacer realidad su sueño de convertir a Brasil en el mayor productor mundial de soja, de caña de azúcar para etanol y otros productos de gran demanda en el mercado global del siglo XXI (8). Alan García Pérez, por su lado, cree que la Amazonia peruana está sumida en el atraso por culpa de peruanos pobres –a los que de acuerdo a su filosofía ultraliberal califica de “perros del hortelano” porque poseen millones de hectáreas de tierras que están “ociosas”– que estorban el desarrollo y la modernidad que sólo puede abrirse paso a través de la privatización de las tierras y su venta al gran capital. Para hacerlas rentables y productivas, su gobierno promulgó un centenar de decretos legislativos para la implementación del Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos, puerta de ingreso del gran capital y blindaje del modelo neoliberal (9).Pero existen diferencias de fondo entre la transnacionalización del bosque y las tierras en la Amazonia brasileña y la que ejecuta Alan García en la Amazonia peruana. En Brasil, el propio Estado actúa como garante de esa transnacionalización. “No es que el Estado se retire y deja el espacio público para ser ocupado por las grandes corporaciones”, escribe Silvio Caccia Bava, director de la edición brasileña de Le Monde diplomatique (10). En realidad, Lula negocia desde un Estado cuyas empresas compiten codo a codo con las multinacionales europeas, estadounidenses o asiáticas. Para probarlo están Petrobras, Electrobras y Odebrecht. Se trata pues de un Estado fuerte, incluso con pujos y vocación imperiales (11).
García Pérez, por el contrario, no negocia con las transnacionales. Éstas imponen sus condiciones a un Estado débil y a un gobierno totalmente subordinado. Como señala el destacado economista peruano Humberto Campodónico: “La legislación peruana es absolutamente permisiva… Sucede que el Estado está tomado ‘desde adentro’ por lobbies y diversos estudios de abogados que preparan la legislación ‘sastre’, al deseo de los inversionistas (...) Cuando el Estado está ‘privatizado’, poco o nada le interesa fortalecer las empresas estatales estratégicas (...). Y, claro, tampoco hace nada para cobrar los impuestos que le corresponden y que, en el caso de Petrotech, serán pagados en Estados Unidos y no en Perú” (12).
Objetivo político-militar
Así, la cuenca amazónica, que atesora el mayor banco genético del planeta Tierra, se encuentra hoy en el ojo de la tormenta y está siendo asediada por poderosos intereses internacionales y amenazada por toda suerte de peligros. Todo esto porque sin ninguna duda es el espacio geoestratégico e hidropolítico más importante para la economía global en el siglo XXI.
En el seminario internacional sobre la Amazonia, “Desarrollo Local, Sustentabilidad y Organización Popular”, realizado en Río Branco, capital del estado brasileño del Acre, del 17 al 20 de julio de 2008, las organizaciones sociales de la mayoría de los países ribereños del Amazonas concluyeron que las amenazas que se ciernen sobre el espacio amazónico y sus poblaciones –sobre todo indígenas, habitantes ancestrales de la cuenca– son los megaproyectos energéticos, viales, hidrocarburíferos, mineros y los grandes monocultivos para biocombustibles que provocan la deforestación masiva de los bosques, la contaminación de ríos y lagos y el despojo de las tierras y territorios de los pueblos indígenas. Todo ello contribuye a acelerar el cambio climático y a bloquear las posibilidades de construir un sistema de desarrollo inclusivo y sostenible.
“Por ejemplo, la agricultura migratoria y la ganadería han generado una deforestación amazónica acumulada al año 2005 de 857.666 kilómetros cuadrados; asimismo, en la Amazonia brasileña, en un período de 30 años (1975-2005), la red vial se multiplicó diez veces, lo que estimuló el desarrollo de asentamientos humanos. Más recientemente, la producción creciente de biocombustibles podría acelerar el cambio de uso del suelo en la región” (13).
El Fondo Mundial para la Naturaleza (FMN), en un informe de septiembre de 2006, sostiene que para el año 2050 la humanidad necesitará los recursos de dos planetas Tierra para abastecer la demanda mundial de alimentos, agua, energía, suelos y otras riquezas naturales. A la actual tasa de extracción, la naturaleza amazónica está perdiendo su capacidad de regeneración. Pero la tala ilegal no sólo abate los bosques tropicales del Amazonas, también devasta al resto del planeta. El Banco Mundial ha calculado que los países con bosques tropicales de América Latina, África y Asia pierden entre 10 a 15 mil millones de dólares anuales en el comercio ilegal de madera. En Perú, de acuerdo al Ministerio de Agricultura, se extraen cada año 22 mil metros cúbicos de caoba (Swetenia macrophyla) por un valor de 40 millones de dólares. El 90% de la extracción de esa valiosa especie, el “oro rojo de la Amazonia”, es de origen ilegal porque proviene de áreas de conservación como Parques y Reservas Nacionales (14).
Por otra parte, en el plano político y jurídico, los movimientos sociales amazónicos denuncian un proceso de militarización y criminalización de los pueblos, bajo el pretexto de la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo internacional.
La “guerra mundial contra las drogas”, cuyo mayor promotor es Estados Unidos, es una guerra perdida desde que se inició hace más de tres décadas. Ha fracasado en su objetivo de frenar o eliminar la producción y el consumo de las drogas naturales como la cocaína y la heroína. Pero es un éxito en su objetivo geopolítico. Porque la “guerra mundial contra las drogas” ha sido y sigue siendo instrumentalizada con fines geopolíticos y de seguridad hemisférica. Tal es el caso de Colombia. Ni el narcotráfico ni las FARC son las razones de fondo de la presencia militar de Estados Unidos en ese país, sino el monitoreo de sus intereses geoestratégicos en América del Sur: el petróleo, el gas, la biodiversidad y el agua de la cuenca amazónica (15).
En efecto, pese a su ostensible declinación como potencia unipolar, Estados Unidos sigue siendo el mayor poder militar del mundo, y sus políticas estratégicas mantienen una continuidad a prueba de los cambios de administración. En 2007 el informe del US Southern Command confirmaba la voluntad estadounidense de garantizar “la seguridad, la estabilidad y la prosperidad de toda América” (16), un eufemismo que esconde su vocación mesiánica y la urgencia de intereses que le llevan a pensar a América Latina como su antiguo “patio trasero”. Allí, el jardín amazónico cumple un papel cada día mayor.